Miqueas 6.1-8 (8)
6:1 Oíd ahora lo que dice Jehová: Levántate, contiende contra los montes, y oigan los collados tu voz.
6:2 Oíd, montes, y fuertes cimientos de la tierra, el pleito de Jehová; porque Jehová tiene pleito con su pueblo, y altercará con Israel.
6:3 Pueblo mío, ¿qué te he hecho, o en qué te he molestado? Responde contra mí.
6:4 Porque yo te hice subir de la tierra de Egipto, y de la casa de servidumbre te redimí; y envié delante de ti a Moisés, a Aarón y a María.
6:5 Pueblo mío, acuérdate ahora qué aconsejó Balac rey de Moab, y qué le respondió Balaam hijo de Beor, desde Sitim hasta Gilgal, para que conozcas las justicias de Jehová.
6:6 ¿Con qué me presentaré ante Jehová, y adoraré al Dios Altísimo? ¿Me presentaré ante él con holocaustos, con becerros de un año?
6:7 ¿Se agradará Jehová de millares de carneros, o de diez mil arroyos de aceite? ¿Daré mi primogénito por mi rebelión, el fruto de mis entrañas por el pecado de mi alma?
6:8 Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios.
El hombre, aún en las fibras más íntimas de su corazón, desea buscar a Dios. Pero muchas veces los hace por caminos errados, caminos que él mismo se ha inventado, caminos que parecen alejarlo cada vez más de su propósito. Inventa preceptos y mandamientos que son obstáculos a su paso, además de dificultosos de llevar a cabo. Y lo que resulta peor es que todo esto lleva a un desgaste, a un desánimo, lleva a pensar que a Dios nada de lo que hago le agrada. Y es cierto, nada de lo que pueda hacer el hombre lo justificará delante de Dios, para El todas nuestras justicias son como trapos de inmundicia (Isaías 64:6); pero esto no significa que Dios haya desechado al hombre para siempre, sino que no es el camino que elige a su antojo el que lo llevará a Dios sino el que El determinó. Dios está al final de un solo camino, no al final de todos los caminos; no es como el hombre piense, sino como Dios quiere. ¿Y qué quiere Dios? Que hagamos justicia, que amemos la misericordia y que nos humillemos ante El. Todas estas cosas nos llevan a un solo camino: Jesucristo. Sólo podemos ser justos a través de Él, misericordiosos por medio de Él, y humildes como El.
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